¿Te ha pasado alguna vez que le cuentas algo a una amiga y terminas con mala sensación porque no te han dicho qué es lo que haría ella en tu situación? Luego, sin embargo, con nuestros padres por ejemplo nos ocurre lo contrario: si nos dicen lo qué tenemos que hacer, nos molesta y enfada.
En las dos situaciones entran en juego «cuidar» y «salvar»; que son dos variables que están muy presentes en las relaciones de afecto.
Cuando alguien nos dice lo que tenemos que hacer o incluso decide por nosotros; de alguna manera nos está «salvando». Nos dirige y nos quita la responsabilidad de decidir. Eso nos alivia enormemente porque sentimos que otro se «hace cargo de la situación». Sin embargo, aunque a corto plazo alivie, a largo plazo que nos salven tiene un coste enorme. Cuando alguien «te salva»: te alivia, pero también te genera dependencia, sentimiento de incapacidad y la falsa sensación de que otros pueden hacer algo que realmente sólo puedes hacer tú.
Sin embargo, cuando una persona que te tiene afecto te cuida; te acompaña en el problema; te escucha y te sostiene, pero el camino lo recorres tú. Las decisiones las tomas tú. En las relaciones de cuidado se respeta tu libertad; tu capacidad para decidir: para acertar y para equivocarte. Las personas que nos cuidan nos acompañan y caminan con nosotros, pero no se hacen cargo de algo que es nuestro.
De esta manera, en las relaciones de cuidado: cada persona es responsable de sus decisiones y de su vida, se tiene mayor sentimiento de capacidad y también mayor capacidad para pedir ayuda cuando la necesita y para ser autosuficiente cuando es posible.

Por eso, en terapia muchas veces explico que:
QUIEN TE CUIDA, NO TE SALVA…
…Y QUIEN TE SALVA, NO TE CUIDA.
En las relaciones de cuidado, no hay salvadores/as y en las relaciones de salvadores el cuidado no está presente, aunque la intención sea cuidar.
Es muy complicado darte cuenta de cuáles son las verdaderas relaciones de cuidado porque, en un primer momento, cuando alguien te salva sientes agradecimiento hacia él y alivio; mientras que cuando alguien te cuida a veces sientes enfado («vaya decepción, vengo aquí con mi problema y ni siquiera me dice qué haría él; menudo amigo»).
La lucha entre cuidar y salvar aparece en todas las relaciones afectivas: con tus amigas, tus padres, tu pareja o tu psicóloga. Seguro que en varias ocasiones has esperado que te digan qué tienes que hacer y que decidan por ti. Sin embargo, cuando no lo hacen y sólo te acompañan; te están cuidando y respetando más; aunque sea más incómodo.
UN MATIZ IMPORTANTE: A VECES EN EL CUIDADO, SÍ NOS TIENEN QUE DECIR QUÉ HACER
Es importante aclarar que en algunas relaciones de cuidado y, sobre todo cuando somos pequeños o estamos en una situación vulnerable, para cuidarnos tienen que decirnos qué debemos hacer en algunos casos concretos. Por ejemplo, los padres tienen el deber y la obligación de decirnos qué hacer en muchos casos cuando somos niños o adolescentes y si no lo hiciesen no nos estarían cuidando adecuadamente. Deben indicarnos qué tenemos que comer, obligarnos a ir al colegio y tomar decisiones difíciles por nosotros porque son los adultos.
O, en el caso de las psicólogas; no decidimos sobre la vida de nuestros pacientes; pero en situaciones concretas sí tenemos la obligación de indicarles nuestra valoración profesional o qué consideramos que es importante que hagan; aunque en la mayor parte de los casos nuestro papel es el de acompañarles. Quitando estas excepciones, en líneas generales y especialmente en la vida adulta, en las relaciones de cuidado se acompaña; no se salva.
NOS ENGANCHA SER SALVADOS… Y TAMBIÉN SALVAR.
Por último, puede ser que al ir leyendo este artículo te hayas dado cuenta que, igual que nos gusta que otros «nos salven», también nos engancha ejercer el rol de salvador; el sentir que «soy buena amiga/hermana/madre» porque «qué harían si no fuese por mí». El rol de salvador, como hemos ido viendo tiene su peligro: a veces lo ejercemos para cuidar (pero ya hemos visto que no cuida al otro), otras veces lo hacemos por nosotras mismas; porque nos hace sentir bien. En muchos casos, queremos «salvar» al otro porque de esta manera nos sentimos queridos y reconocidos por él. Ejercer el rol de salvador nos deja en un lugar muy complicado:
- Cuando salvo al otro, también dejo de ocuparme de mí misma; de responsabilizarme de lo que yo tengo que decidir y que hacer
- Me siento muy querido y reconocido; pero sólo porque salvo, no por quién soy.
- Genera relaciones de dependencia: siento que sólo me quieren si me necesitan; así que asfixio las relaciones porque necesito que me necesiten para poder seguir ejerciendo el rol de salvador.
SALVAR O SER SALVADO ES MUY TENTADOR…NOS HACE SENTIR MUY BIEN; PERO TAMBIÉN ATRAPA: AL SALVADO LE ATRAPA PORQUE LE INCAPACITA; AL SALVADOR LE ATRAPA PORQUE SE ENCARGA DE ALGO QUE NO PUEDE NI DEBE ASUMIR
