A lo largo del proceso terapéutico se afrontan diferentes «decepciones» con la terapia; es decir, vas descubriendo que hay expectativas que tenías que no se van a cumplir; porque «hacer terapia» a veces no coincide exactamente con la idea previa que tenías del proceso.
Al utilizar la palabra «decepciones» parece que me refiero a algo malo; aunque en realidad es todo lo contrario: entender y aceptar lo que puede darte la terapia y lo que no puede darte, te ayuda a aceptarte, a asumir la responsabilidad de cuidarte (y dejar de ponerla en los demás) y a reformular lo que buscas y lo que esperas de la terapia.
¿Cuáles son algunas de estas decepciones o expectativas que no va a cumplir la terapia?:
LA TERAPIA NO PUEDE EVITARTE EMOCIONES O SUCESOS DESAGRADABLES
Ir a terapia no evita que te ocurran situaciones dolorosas. Aunque esto pueda parecer una obviedad; muchas veces las personas acuden a terapia buscando calma y serenidad y tienen la creencia de que la terapia actuará «como un escudo» protegiéndoles o inmunizándoles ante el dolor. La terapia no te evita el dolor; te acompaña a sentirlo y te proporciona herramientas para transitar situaciones difíciles con mayor serenidad y recursos.
Aunque estés realizando un proceso terapéutico, si te sucede algo doloroso; seguramente sentirás tristeza, enfado, decepción… La terapia no te va a proteger de las emociones desagradables ya que forman parte de la vida y de ti.
LA TERAPIA NO PUEDE LOGRAR CIERTOS CAMBIOS; NO TODO ES MODIFICABLE
Esta es, sin duda, una de las «decepciones» más significativas que se asimila a lo largo del proceso terapéutico. Los dos pilares fundamentales de la terapia son el acompañamiento emocional y el cambio. La terapia busca el cambio; pero hay cosas que no se pueden modificar. En muchas ocasiones necesitaríamos unos cambios que la terapia no puede hacer que ocurran: que las personas se comporten de otro modo, que nos entiendan, que no nos hablen de cierta forma…
En las situaciones en las que el cambio tendrían que hacerlo otras personas, la terapia puede proporcionarte herramientas para poner límites y cuidarte en las relaciones; pero no vas a cambiar al otro a través de tu proceso terapéutico.
En otras ocasiones, querríamos lograr cambios internos que también son complejos. Hacer terapia supone un cambio interno enorme y transformador; pero no te convierte en otra persona. Para explicar este punto, siempre señalo que la terapia es muy diferente a una operación estética; no elimina radicalmente lo que no nos gusta de nosotras mismas ni nos transforma en otras personas, aunque el proceso sí es transformador.
La psicóloga Pepa Horno Goicochea explica este aspecto con una metáfora muy gráfica: indica que las personas tenemos un edificio interno (formado por nuestras vivencias y nuestra genética) y que hacer terapia no consiste en mudarte de edificio; sino que el proceso terapéutico busca que puedas conocer tu edificio, aceptarlo, dejar de pelearte con él y, una vez lo conozcas en profundidad, que puedas sacarle el máximo partido. A lo largo del proceso terapéutico, se realizan obras y reformas en el edificio y éste cambia enormemente; pero la terapia no consiste en mudarte de edificio.

LA TERAPIA NO PUEDE HACER EL PROCESO POR TÍ
Realizar un proceso terapéutico es muy diferente al servicio que recibes cuando acudes a otro profesional (a una consulta médica o a una asesoría con un abogado…) que suelen asesorarte desde una posición jerárquica y de forma unidireccional; como experto en la materia. En terapia estás acompañado por un profesional; pero tienes un rol mucho más activo porque eres el protagonista del proceso terapéutico y el «experto» en ti mismo. Por eso, es importante que reflexiones sobre qué te gustaría conseguir en terapia, qué explicaciones te das a lo que te sucede, qué temas te gustaría abordar en sesión, qué significaría para ti «avanzar»…
Puede que estés valorando empezar terapia y al leer esto te agobies pensando «yo me siento mal, pero no sé qué quiero o qué me sucede, no me siento «experta» en mí misma»; tranquila, no tienes por qué saber qué quieres trabajar o qué necesitas para empezar el proceso; este discurso interno lo irás construyendo a lo largo de la terapia. La psicóloga te acompañará para ir explorando juntas qué situaciones te hacen daño, qué necesitas… y, así, con tus propias palabras ir pudiendo responder a estas preguntas.